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miércoles, 1 de febrero de 2012

JANEIRO EN RECIFE

La 18 Janeiro de Grandes Espectáculos, realizada en Recife, nos admiró por la excelencia de la organización. Todo funcionó, y con serena eficacia.
El Recife Praia Hotel, con su amplia vista a un océano que vimos agitado y ventoso (la temperatura era inferior a la de Montevideo), no tuvo fallas; la atención de nuestro “ángel”, Elis, de las coordinadoras Paula de Renor, que está en todas partes y soluciona todo, y Carla Valença, fue como siempre tan ajustada a nuestros requerimientos como fluida y amistosa. No vimos hasta el viernes 27 a nuestro apreciado amigo, Paulo de Castro, el tercer miembro de la dirigencia, atareado con la administración; pero sin duda lo que hacía lo estaba haciendo bien.

Tuvimos ocasión de conversar en Recife, entre un teatro y otro, y en los desayunos, con Luciano Alabarse, director del Festival Internacional de Teatro de Porto Alegre. Supimos que este año incluirá en el festival (setiembre 2012) un homenaje al teatro uruguayo, con varias de las piezas que se han presentado en el año 2011 en nuestro medio y algunas de las que se estrenarán este año.

A continuación, una sucinta reseña de los espectáculos que hemos podido ver.

“Heróis – O caminho do vento” (**), de Gérald Sibleyras, por grupo Cena (Brasilia), dirección de Guilherme Reis, teatro Hermilo Borba Filho.
Las paredes descascaradas hasta el ladrillo del teatro Borba Filho eran ya suficiente escenografía para el atardecer, en un asilo, de tres veteranos de la primera guerra mundial aquejados por diversas dolencias; una pared como fondo del escenario, muy próxima al proscenio, dijo por sí sola, con diversos enseres colgando de clavos, que sugieren posibilidades que no han se realizarse, el escaso margen de los tres protagonistas. Será, línea a línea “El viento entre los álamos”, que vimos en Montevideo por la Comedia Nacional, con dirección de Mario Ferreira. Estamos ante el tema de la vejez y del necesario proyecto para la supervivencia; paradojalmente, un tema prácticamente original de fines del siglo XX y comienzos del XXI, cuando los progresos de la medicina permiten una longevidad que nunca había premiado (¿o afligido?) a la especie humana.

Los protagonistas difieren, pero sus respuestas son similares. Uno de ellos, Fernando (William Ferreira) sufre por una herida en la cabeza que le ocasiona desmayos y alucinaciones; Gustavo (Joao Antônio) es aparentemente el más fuerte pero también el más neurótico y René (Chico Sant’Anna) el más normal y, al fin, el más viejo; entre sus proyectos, que se niegan a identificar como sueños, y sus posibilidades de realización median abismos similares. Sueñan con ir a una Indochina francesa que no existe, con seducir a una mujer del pueblo cercano; sueñan con el prerrequisito de todos los sueños, que es, simplemente, fugarse del asilo. La vertiente trágica del tema fue realizada por Alberto Félix Alberto en “La parte del temblor”, una versión de “La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawabata, quizás la última del suicida escritor japonés; Sibleyras escribió una obra dispuesta a múltiples significados, como la esperanza y al fracaso; también su pieza acepta tonos de humor y dolor que se pueden mezclar y cancelar mutuamente; Guilherme Reis eligió la comedia.

El director quiso destacar, con energía y ritmo, la afirmación de la vida. Extrajo de la anécdota diversión, homenajeó al coraje de vivir; llamó héroes a sus protagonistas, quizás no tanto por lo que hicieron y padecieron en las trincheras, donde no había más alternativa que luchar, como por las llamitas de vida que, ahora, intentan encender o proteger pero que, pequeñas como son, dependen más de sus voluntades patéticamente libres. Los tres actores cumplieron con devoción y exactitud los propósitos de Reis. (25 de enero).

La bailarina va de compras

“A bailarina vai às compras” (*), de Júnior Sampaio e Quico Cadaval, actuación de Júnior Sampaio, en teatro Barreto Junior.

La bailarina, que intenta una performance en un supermercado, moviendo laboriosamente las góndolas en tanto recibe llamadas al celular de su psiquiatra, su madre y de un compañero al que llama “Boi” (por “buey”), es un transexual que nació mujer pero quiso, cirugías y medicamentos mediante, ser hombre; para luego volver, con no menores dificultades, a ser mujer. El coautor y actor Júnior Sampaio basó la obra en investigaciones sobre todos los aspectos del transexualismo; no encontramos, sin embargo, el aspecto más dramático del cambio de sexo, la tentativa fáustica de alcanzar lo imposible (se decía del Parlamento inglés que podía hacer todo, menos de un hombre una mujer) Aparte de algunas mutaciones físicas, en las que “A bailarina…” no se extiende, poco o nada encontramos de las mutaciones psíquicas, salvo la alusión a las hormonas masculinas, y sobre todo, nada sobre la voluntad de traspasar fronteras, la ilusión de ser otro, de atravesar con éxito muerte y transfiguración. Para nuestra sorpresa, el más talentoso transexual que conocemos, el escritor James (ahora Jan) Morris, del que esperábamos el temor y el temblor del salto en el vacío, cuando escribe su autobiografía, “Conundrum”, nos dice que siempre se sintió y quiso ser mujer.

La pieza, una vez que comunicó su delgada anécdota, se extendió en reflexiones y divagaciones pocas veces originales y no siempre a cuento: no pudimos comprender, por ejemplo, las varias alusiones a escritores célebres, entre ellos Fernando Pessoa y Mario Sá Carneiro.

No es suficiente el valor de enfrentarse a un tema inexplorado: los temas, por sí solos, nunca son suficientes. De la tentativa de Sampaio y Cadaval pudo haberse extraído un drama válido; pero estamos ante materiales dispersos, casi en bruto, como un poeta ante la página blanca (25 de enero).

Nocturnos

Noturnos (*), de André Filho, por el grupo Companhia Fiandeiros de teatro de Recife, en teatro Marco Camarotti.

El tema de los seres de la noche, los desplazados que viven en la calle bajo la amistosa y silente luna tiene el interés de lo posible y más aún el interés de las desgracias ajenas, que nos confirma que tenemos el suficiente valor como para soportarlas. Nada está lejos de la nada, escribió Plotino, y esa prudente cercanía nos reconforta, hipócrita lector, tanto como los crímenes, naufragios, derrumbes y catástrofes que nos proveen a diario la paradojal felicidad de ser calamidades ajenas. Allá ellos, aquí nosotros, sentados en nuestras butacas. Podemos sentirnos paternales, condescendientes, casi solidarios, fraternos y hasta protectores; pero, eso sí, en la proximidad virtual de un teatro.

“Noturnos” se desarrolla en un escenario de diversas basuras y consta de tres episodios independientes. Son dos mujeres en el primero, un payaso y una joven en el tercero y un hombre que vocifera en el segundo. Poco sabemos de ninguno de ellos; el autor nada nos dice, ni nos deja entrever de pasado, que debemos adivinar por el aspecto físico; no recordamos que suceda casi nada; están tan fuera de la jurisdicción municipal, del mundo organizado, como es posible imaginar; tan irreales que tenemos la reconfortante certeza de que no existen. Tal vez sean imágenes invertidas de nuestros remordimientos, que podemos acallar mediante la comprobación de que nos interesan las “cuestiones sociales”. La escritura de “Noturnos” evidencia la improvisación, la absoluta falta de pulido, la necesaria concisión; cualidades, sin duda, buenas para ociosos. Han mediados años de dañina prédica, con consignas como “la muerte del autor”, “actores al poder” y, la más gastada, “el texto es un pretexto”. Hemos oído a Roberto Cossa decir que los actores son los verdaderos creadores, que no los dramaturgos: era evidente que no se creía a sí mismo, pero debe haber convencido a más de cuatro. ¡Es tan dulce el nepente de que somos artistas creadores por obra de una decisión instantánea! Las consignas son muy útiles: ahorran el esfuerzo de pensar (2 de enero).

Encontrando as Pontes

“Ilhados – Encontrando as Pontes” (***, ballet de Mónica Lira, por Grupo Experimental de Recife, en teatro Hermilo Borba Filho.

Estamos aquí en el polo opuesto. Hay experimentación, pero hay la evidencia de experimentación que se examinó y fue descartada. Hay novedad, pero está apoyada en un entrenamiento previo, en un dominio del cuerpo que es anterior a toda tentativa de danza. Hay ideas, por lo general ingeniosas, pero con su crítica como una nota al pie, como la iluminación de Alberto Trindade que pone linternas en las rodillas de las bailarinas (Mónica Lira y Rafaella Trindade) pero que no se repite y busca nuevas figuras para el ballet, como las bolsas de plástico con agua, colgadas del techo, que mueven las bailarinas y agregan movimientos un tanto aleatorios al movimiento predeterminado; y todo esto a veces es brillante pero siempre es serio y artístico. Las bailarinas entran de la escena y de los rayos de luz y salen con la magia y la precisión del teatro negro; muestran figuras casi clásicas, pero de inmediato aparece la novedad y la invención, que no se repite, el pasado que sabe del presente y sugiere el futuro. Ese estado de alerta, ese espíritu encarnado en el tiempo, minuto a minuto nos hizo recordar las creaciones de la admirable bailarina y coreógrafa argentina Roxana Grinstein, que tampoco duerme. Están en la misma dirección, aunque no son lo mismo y ni siquiera se parecen, salvo en la fe en el trabajo, en el esfuerzo creador.

Una mención especial al percusionista autor de la banda sonora, Tarcisio Resende, que con sus múltiples instrumentos generó dramático climas de tormentas, rayos, truenos, mareas, lluvias y vientos (25 de enero).

Esa fiebre que no pasa

“Essa febre que nao passa”, (*) de Luce Pereira, por Coletivo Angu de Teatro de Recife, en el teatro Hermilo Borba Filho, consta de unas cinco anécdotas independientes a cargo de un elenco femenino que interpreta damiselas, señoras y hasta una gata. Pocas veces, o ninguna hemos visto tanta complejidad y variedad de medios expresivos: las actrices se visten, al fin con hermosos trajes rojos, se desvisten, se desnudan, entran en bañeras, salen de la bañera, comienzan juegos amorosos, bailan y cantan al son de músicas diversas, que incluyen castañuelas y “My way” de Frank Sinatra, en tanto entran y sacan sillas, mesas, alfombras, bandejas con desayunos, todo ello entre tules que se corren y descorren, proyecciones y transparencias, con alternativas de humor y drama, todo ello sin que se llegue a adivinar, por lo menos por este espectador, la idea general. El ajetreo es mayúsculo, pero no hay dialéctica: la mayor parte de las anécdotas es contada ante los ojos de los espectadores y a veces ante los mismos protagonistas. (26 de enero).

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