CAMBIO. LOS BAILARINES RECONOCEN QUE JULIO BOCCA TRANSFORMÓ EL BALLET NACIONAL
La danza fue la vía de escape
Sebastián (32), Ismael (31) y Walter (22) nacieron en el barrio Transatlántico, una zona rural cerca de Toledo. Los mayores incursionaron en las danzas folclóricas a los 6 y 5 años. Años después los siguió Walter. A esa edad el baile era un juego; con el tiempo fue un escape y una alternativa para una vida mejor.
Por Ivalú Muscarelli
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Hoy son tres figuras preponderantes del Ballet Nacional del Sodre y han trabajado en prestigiosas compañías de Latinoamérica. Pero si de por sí el camino al éxito nunca es fácil en su caso, lo fue aún menos.
Ninguno conoció a su padre, solo tuvieron encuentros fortuitos. Hoy entre ellos ofician de padre. "Tratamos de suplir la carencia", coinciden los tres. Una carencia que cada uno vive diferente. "Yo no sabía como relacionarme con una mujer", admite Sebastián. Ismael siente que cuando tiene que hacer cosas de hombre, como arreglar algo, no sabe "ni como agarrar una pinza". A Walter le faltó de la mano firme de un padre; su madre trataba de hacer los dos roles pero "a veces se pasaba de firme, o no nos daba cariño", dice él.
La madre de estos hermanos es un capítulo aparte en sus vidas. Marcada por un desbarajuste psicológico, abuso de sustancias y un desorden general, la vida de ella era "sexo, droga y rock & roll"; al menos así la define el mayor del clan, que cuenta que en su casa, siempre habitada por hippies amigos de su madre "nadie tenía tiempo para trabajar" y eran los menores los que tenían que salir a conseguir el pan. En ese momento, los hermanos tuvieron que aprender de todo, desde pedir en las panaderías, hasta hacer artesanías y caminar 14 kilómetros para poder estudiar.
Después que nació Walter, la madre estuvo recluida en una clínica psiquiátrica. "El tema es que mamá siempre estuvo muy enferma", explica Ismael, a la vez que agrega que "con ella nunca se sabe lo que puede pasar, a veces está bien y a veces está mal". El no saber qué iba a pasar llegaba al punto de que "de repente se desequilibraba y si algo no le gustaba te rompía un rastrillo en la cabeza, literalmente, te lo rompía", revela Sebastián, y añade: "Lo del cinto y el cañazo era normal; mamá no paraba hasta que no veía sangre". La violencia era moneda corriente en la familia. La casa siempre estaba toda deshecha.
Ismael y Sebastián tenían 13 y 14 años cuando las cosas se fueron de control, al punto que ver droga, sexo, y violencia en la casa era algo común. Al final su madre los echó de la casa. Fueron a vivir con su abuela; pero después su madre perdió su vivienda y buscó el mismo amparo. Ismael no lo aguantó y se fue a vivir con su novia. Aún no había cumplido 14 años.
"Por suerte siempre caímos en gracia, que es mejor que caer graciosos", dice Sebastián, que agradece a quienes "oficiaron de mamás postizas", entre ellas su abuela, que a pesar de la pobreza, hizo lo que pudo y hasta ahora da la vida por ellos y Jorge García y Griselda Saucedo, dos profesores de danzas folclóricas, figuras fundamentales en la vida personal y profesional de los bailarines.
"Gracias a Dios pudimos elegir", expresa Ismael. Sebastián añade que a él le ofrecieron "un porro y una botella pero también una chocolatada". Para él era una cuestión de "estar pasando hambre donde te maltrataban o ir a un lugar donde te daban de comer y te trataban bien".
En el caso de Walter, sus hermanos fueron su salvavidas. "Yo venía de una situación difícil, mi madre estaba sin trabajar desde hacía años y yo con 15 empecé a meterme en jodas, estaba en la droga", reconoce el más chico de los tres. No pasó mucho tiempo; Sebastián que estaba en Chile se lo llevó para sacarlo del círculo donde estaba.
"A veces nos rezongamos, pero tenemos ese habito de ayudarnos porque en realidad estamos solos", explica Ismael. Desde su perspectiva todo se resume a que "cuando tenés tantos palos en la vida no querés que te pase más nada" y "si podés aceptar algo que te hacen por tu bien y vos dar lo bueno que tenés es maravilloso".
Ismael y Sebastián ingresaron en la Escuela Nacional de Danza a estudiar ballet antes de la adolescencia. A la vez iban al liceo, donde los profesores los respetaban más porque eran "los chicos que bailaban", comenta Sebastián que, a sus compañeros no les contaba que bailaba para evitar las bromas de los compañeros. Con el tiempo tanto Sebastián como Ismael tuvieron que abandonar los estudios secundarios. Sólo Walter llegó al bachillerato.
"En el ballet, sin disciplina no podés hacer nada", opina Ismael. Explica que "la disciplina es comparable con la militar" y que sin esta no es posible "llegar a un nivel básico como para vivir de esto". Sebastián destaca el aprendizaje, gracias a Jorge y Griselda de la parte humana del trabajo, del respeto por el otro.
Todos dicen no tener más remedio que citar a Dios por el cambio en sus vidas. Según Sebastián, Dios es responsable de su capacidad de transformar el odio y lograr respetar a su madre "con toda su locura galopante y ayudar a la problemática familiar".
Los tres hermanos incursionaron en el exterior y hoy están en el Uruguay por elección.
Ismael estuvo en Cuba por estudios y trabajo; también trabajó en Chile en el Ballet Nacional de Chile, el BACH; fue contratado por el Ballet de San Martin y más adelante por el Ballet Contemporáneo de Caracas. Tras un período de vuelta en Uruguay, Julio Bocca lo convocó para acompañar a Elenora Cassano. Tuvo oportunidad de irse más lejos pero eligió Uruguay para estar con su familia.
Sebastián estuvo dos años en Chile, en el Teatro Municipal de Santiago y, un año en Cuba, en la Compañía Prodanza. Walter llegó a Chile por Sebastián y se quedó tres años en el Ballet Municipal de Santiago. Allá se compró un apartamento propio y un auto, que al regresar a Uruguay trajo con él. El menor de los tres regresó este año convocado por Bocca; vive con su novia y los hijos de ella en un apartamento que alquilan en la zona de Pocitos. Ismael tiene un hijo; está divorciado y se encuentra en pareja. Sebastián, casado desde hace tiempo, siente que ha cumplido un gran sueño, tras haber alcanzado recientemente el sueño de su vida, que era comprarse una casa.
La rutina diaria de los bailarines comienza temprano en la mañana y pasadas las 18 horas. Fuera de ese horario Sebastián opta por dar clases en su casa y en otra academia. Los otros prefieren dedicar su tiempo libre a otras cosas.
Dos personas acompañan frecuentemente a estos hermanos; Mateo y Santiago, de 13 y 15 años. Son los hermanos menores del clan. Ya están en la Escuela Nacional de Danza y su presencia en el Sodre es frecuente. Al preguntarles por qué ellos también siguen los pasos, Sebastián contesta: "Nosotros los mimamos, les compramos cosas, vienen a nuestras casas, ven que andamos bien y, además, no tienen muchas opciones".
BAILAR CON JULIO BOCCA
¿Qué cambios perciben en el Ballet Nacional del Sodre a partir de la llegada de Julio Bocca?
Ismael: Cuando él entró veíamos la punta del iceberg. Ahora estamos viendo todo el iceberg y nos sorprende todos los días. Si me preguntabas hace un año y medio si pensaba que íbamos a vivir todo esto, te decía que no. Todo lo que ha logrado el tipo, y no sólo con su nombre, sino con su capacidad.
Walter: Hace unos días me sorprendí al ver las colas que se hacían para comprar entradas, es algo nunca visto acá.
Sebastián: Sí, ya están comprando para el año que viene, Bayadera. Es una locura. Cada función son dos mil personas. Y todo es el resultado de mucho trabajo. Ismael: Es un genio, piensa más el arte, como la idea de poner a los muñecos de los ex Bosquimanos. Es un profesional muy capaz.
¿Sienten que les ha aportado crecimiento en lo artístico a ustedes?
Sebastián: A mi no me ha aportado mucho crecimiento en lo artístico. Pero sí ha hecho aportes, como traer a sus maestros y cambiar la manera de hacer las cosas, la metodología y el funcionamiento.
Ismael: Yo siento que en técnica sí me ha aportado. Yo siempre intento rescatar lo bueno, y él ha consumido lo bueno de los mejores del mundo y eso influye. Cuando querés acordar ya estás bailando distinto, porque te pasa su técnica.
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